17 ago 2016

BarceloNina #62. Verano sin veraneo

Nadie se ha dado cuenta de que ya no hay amores de verano porque ya no hay veraneos. Estar en un apartamento 20 días seguidos se ha convertido en un lujo, mientras hoy la mayoría asocia las vacaciones con viajar cuanto más lejos mejor. Y pocos admiten que eso -viajar cuanto más lejos mejor- es cansado, no siempre te lo pasas bien y por descontado no descansas. Pero la gente quiere sumar experiencias, estampas de los controles de pasaportes, fotos con animales exóticos que una vez fueron -además- libres y, en suma, creerse aventurero para cuando escriban un libro, porque ya se sabe que no eres nadie si uno de tus capítulos no se llama "Nueva York" y si no inicias otro con aquello de "Cuando iba yo con la mochila a las espaldas por la selva de...". 

Además, el veraneo y el concepto 20-días-en-un-apartamento-normalito tienen ventajas como estar con los tuyos en un entorno conocido, lo cual propicia que puedas vivir a todas horas con la pájara de recién levantado de la siesta. En cambio, en el destino exótico que han escogido la mayoría, tienen que poner todos sus sentidos casi todo el rato. Además, a menudo viajan con amigos, lo cual no siempre es una gran idea porque por culpa de la fiebre de la customización y la personalización de absolutamente todo, nos hemos vuelto muy nuestros. La gente se está volviendo tan egoísta que no es capaz de deshacerse de sus manías cuando viaja en grupo: resulta que es imposible sentarse con ellos para comer porque como juntemos todos los requisitos, sólo nos queda compartir unos trozos de apio; que a otro el sol no le sienta bien; que el otro es muy de mañanas pero no perdona las siestas, porque si no luego no es persona; que el otro tiene un tema en el tobillo que sólo le deja caminar en subidas y que tiene que encontrar acceso a wifi para pasar el parte médico a su cuñado que es fisio; mientras el otro tiene un presupuesto diario de X inamovible que condiciona al resto. Y aún así, la gente sigue embarcándose y poniendo hashtags de bonvivants y exloradores a su mierda de verano. Y, lo peor de todo, es que siguen generando envidias en las redes sociales.  

Frente a esto, ¡cómo se revalorizan las personas normales y que te lo ponen fácil, no difícil! Aquellas que de cada aspecto de la vida no tienen una manera concreta de hacer, sino que son realmente abiertas y pueden soportar más de una opción de vez en cuando. Nos estamos volviendo muy especialitos, todos.

En los últimos años, se ha extendido el miedo de enfrentar los veranos sin tarjetas de embarque. Nadie quiere ser el que va a lavar el coche mientras sus amigos mochileros hacen un retiro budista en una cordillera asiática y que, en vez de dejarse envolver por el humo del incienso del templo, se aferra al calmante del limpiacristales. Mientras otros compran mosquiteras en el Decathlon, sacan los mapas, planifican rutas y negocian precios, el veraneante se encarga de plantar la sombrilla, jugar al ping-pong al caer el sol o regar las plantas con la manguera. Pero claro, parece que tiene mucha más entidad hacer los deberes de verano mucho más lejos. Allá bien lejos, allá donde no hay veraneo.

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