2 ago 2013

BarceloNina #44. Julio Verne era torero

Eso es lo que yo creía con unos 11 años y mi familia se encarga de explicarlo en todas las reuniones con amigos (todavía hay algunos que a estas alturas desconocen la anécdota) e incluso de rememorarlo con los que ya se han echado unas risas a mi costa. Para evitar futuro cachondeo -justificado, no cabe duda- voy a explicarlo yo misma y así matar la novedad. Hace muchos años estábamos en el coche mi abuela, mi madre, mi hermano mayor y yo. Íbamos a la Val d'Aran y como el camino es pesado -y eso que todavía estábamos saliendo de Barcelona- jugábamos a los personajes: uno piensa un personaje y los otros hacen preguntas para averiguar de quién se trata. En uno de los turnos, alguien acertó a Julio Verne después de preguntar cosas como "¿está muerto?" o "¿es un escritor?" o "¿es francés?". En cuanto pronunciaron la solución, salté yo y voceé con espontaneidad la fatídica pregunta: "¿Pero Julio Verne no era torero?". Una muerte lenta a base de carcajadas me revolvió el estómago, sobre todo las de mi hermano Adri, que siempre me ganaba en todo y yo no podía más que aceptarlo con rabia y resigname a su dominio.

En ese momento fui perfectamente consciente de que iba con retraso respecto a ellos y de que tenía grandes obstáculos al no disponer una gran memoria, ni una atención pícara, ni una capacidad intelectual suprema, ni una rapidez eminente. La ignominia dentro de ese Ford lleno de bocadillos envueltos en papel de plata me afectó de tal manera que decidí que eso no podía volver a repetirse y que quería saber. Desde entonces afino mi atención frente a los estímulos y pongo esfuerzo en retener lo que juzgo interesante (a veces el trabajo lo hace la casualidad, que recientemente me llevó a Nantes, ciudad natal de Julio Verne que goza, por cierto, de una gran tradición taurina). Los ridículos no se han esfumado, al revés, siguen siendo numerosos sobre todo alrededor del tablero del Trivial, pero desde luego muchos menos quesitos habría conseguido si no fuera porque un día la ignorancia me subió los colores.

El conocimiento y la cultura requieren un esfuerzo que luego es compensado cuando ves todo lo que te permiten jugar (más allá de los juegos de mesa). Barcelona cada vez deja jugar menos y, aunque es mi ciudad, nunca ha conseguido retenerme. Yo quiero volver a sentirme pequeña, humillada e incapaz. Que me mareen los nervios del escarnio, como lo hicieron aquel día mezclados con el molesto ambientador de coche -manías de viejos-. No ser nadie es la única manera de crecer y, en la India, país de más de 1.200 millones de personas y una cultura y tradición complejísimas, es muy fácil sentirse un adoquín. Confío en que mi menudencia india me provocará lo sufiente para poder seguir aprendiendo a torear.

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