17 ene 2016

BarceloNina #59. Los fantasmas de la transición

Barcelona es muy bonita pero no cuando estás de paso, en épocas de transición profesional y personal. Las transiciones son una putada. La gente te pregunta cosas normales, como por ejemplo con qué estás ahora profesionalmente, cómo estás después de la ruptura con tu ex y cuánto tiempo te vas a quedar en la ciudad. Y te quedas con cara de "por favor, si me quieres, háblame del tiempo y vamos a bailar".

Para mí, las últimas temporadas en Barcelona han sido a la espera de un proyecto que me sacara de la ciudad, porque los proyectos que me gustaban estaban fuera de la ciudad. Los profesionales y/o los personales.

En estos periodos de transición, cada día mil preguntas merodean en tu cabeza y mil posibles respuestas te despiertan por la noche. Pero a las pocas horas se desvanecen y te paralizas: no te parecen tan buenas ideas. Ni si quiera crees en las posibilidades de que se hagan realidad. Pero, sobre todo, no confías en que en una época de transición seas capaz de decidir algo y hacerlo plenamente. Desde dónde vivir, a de qué trabajar, con quién ver películas los sábados por la noche y si quieres coger un avión al año para volver a tu ciudad o si por el contrario quieres cogerlo una vez al año en el mes de agosto para salir de ella.

En época de transición lo pruebas todo: trabajos que no te pegan, hombres que no te pegan, pensamientos que no te pegan, programas de televisión que no te pegan, dietas que no te pegan. Y no paras de descartar y de acogerte a cosas que no te pegan, prácticamente a partes iguales.

Entonces, si estando en transición no va a salir nada en claro, ¿cómo saber cuándo se acaba?, ¿y cómo conseguir que se acabe?.

Supongo que sabes que la estás dejando atrás cuando te despiertas en la noche con la persona equivocada y coges y te vas, cuando tienes una digestión pesada y reconoces el error de los mejillones en su salsa, cuando decides dejar esas clases de yoga que odias pero para las que te dejaste convencer, cuando no te mueves de casa en fin de año y a la semana siguiente sales hasta el amanecer, cuando tienes fuerza para decirle a la señora que habla gritando en el autobús que baje la voz y recibes las caras de aprobación de otros pasajeros, cuando vuelves a leer durante horas sin pensar en la transición y, sobre todo, cuando consigues fuerzas para no ceder a los caprichos impuestos por esta a veces estúpida ciudad.

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