12 ene 2014

BarceloNina #48. Al exclusivo precio que aparece en pantalla

Me encuentro una ciudad que arrastra los pies a pesar de usar bastón. Las calles de la zona alta están llenas de ancianos, como si los hubieran echado a todos de sus casas a la misma hora, la del sol matutino de un día festivo de invierno. Rezan por que el semáforo para peatones se ponga rojo y así poder descansar sin que se note que se han visto obligados a parar para coger oxígeno urbano. Algunos llevan bajo el brazo a una cuidadora probablemente latina, que mientras les escucha mascullar chatea por el móvil.

También hay algunos rincones, más a medida que se está más cerca del centro, abundados por la juventud afligida que luce las primeras canas y las primeras calvas, esa que no sabe hasta cuándo podrá llevar mochila y decir que algo “mola” porque en realidad no sabe nada de su futuro y se cuida de preocuparse por ello. Entre este colectivo que tiene por dogma la sensibilidad 'sport', se encuentra una chica, que abandona una conversación dominada por frivolidades (“y a mí qué el precio de los forfaits de las pistas de esquí”, me ha parecido escuchar que pensaba) y busca un aliado. Instalando un biombo ficticio, monta una nueva conversación más íntima en una esquina de una mesa: “Ahora soy infinitamente más feliz que antes, pero nunca he vuelto a sonreír como entonces”, susurra a su compañero mientras deja que le coja de la mano con la caricia menos protocolaria.

En el supermercado atestado de montañas de turrones y cava infantil la cajera pregunta con monotonía –“¿Tarjeta cliente?”. –“No y no la quiero”.

La programación televisiva se interrumpe con las vacaciones escolares. Ofrece relleno a momentos sin hora ni actividad como los de un atardecer después de una comilona, en los que muchos se emboban con la teletienda, ven programas de reformas de casas en los que se ponen manos a la obra para destruir el gotelé que pifia toda una pared y rezan para poder esquivar las películas tontas de Santa Claus, espíritus de la Navidad y padres en apuros en fechas señaladas. “Y todo, al exclusivo precio que aparece en pantalla”. El ardor se pasea por un estómago que está demasiado arriba y contestan que no, que no quieren nada para cenar.

Madres que se refugian en los regalos de los niños para ocupar un tiempo que, de estar libre, les llevaría al vacío. Maridos infelices que -desde el baño- desean feliz año a la chica con la que querrían estar, cuando logran escaparse del hocico pintado de su mujer. Políticos disfrazados de pajes reales en cabalgatas, un secreto que develarán algún día en alguna entrevista, para dar una imagen cercana de ellos mismos para compensar alguna torpeza o escándalo. Cincuentones que compran una colonia rebajada para sus amantes, con la que han conseguido después de tantos días de compromisos familiares.

Barcelona, envejecida, espera el boom de la ortopedia, tiene unos pocos tristes jóvenes -cada vez menos jóvenes-, parece que va a comisión y -aunque va de moderna- lleva fatal la salada desestructura familiar. Le desfavorecen los rituales de Navidad, tan dulces, pero sigue teniendo rincones sin iluminar en los que se entronan las excepciones, a oscuras, solo a la luz de quien las enfoca.

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