3 jul 2016

BarceloNina #61. Notas de junio

Un adolescente pregunta a su novia, con tono tranquilo: "¿De qué has hablado hoy con el psico?". Y ella empieza a contarle todo con asombroso temple y dulzura, sin soltarle la mano. La madurez puede asustar.

De ponto aflora un recuerdo que tu cabeza había descartado en el tráiler que suele guardar de cada experiencia. Entonces reconoces el valor de los recuerdos no digitales, de cuando de pronto surge aquel "te acuerdas...?" del que no tienes nada: ni una foto, ni una cinta de vídeo, ni una publicación en redes sociales.

Cuando el lujo es no viajar, estar 20 días aburrido en un apartamento de verano, sin aviones, ni mapas, ni guías de viaje, sin hacer nada en concreto. Cuando el retroceso es el avance es que dimos un paso adelante equivocado, como echar a nuestro plato un poco de sal y al poco darnos cuenta de que nos hemos pasado. A menudo es imposible desalarlo.

"El proceso de venta de cualquier cosa tiene un momentum que dura un tiempo determinado desde que el cliente se enamora de tu producto hasta que lo compra. ¿Cómo vas a vender nada si tienes alcornoques al teléfono?". Quien habla es una cuarentona con catalán charnego y piel excesivamente bronceada, que guía una joven emprendedora soltando verdades como puños que parecen sacadas de escenarios de conferencias de autoayuda. Habla a gritos y con condescendencia de la nueva estrategia de ventas de un periódico local, en un Starbucks sucio y hasta desfasado, entre la moda imperante de locales artesanales, pero en el que los camareros siguen teniendo como norma preguntarte qué tal va el día con una sonrisa muy casual.

Una señora limpia una casa ficticia en la que nadie vive, en el escaparate de una tienda de muebles. Lo hace ajena a todo lo que ocurre tras el cristal, en la calle, como si realmente estuviera en el hogar de alguien con la radio puesta y hablando por el manos libres del móvil con su prima. Quita el polvo a los marcos de fotos. En uno de ellos hay una foto de un niño y una madre en la playa, y el tono de la imagen es horrible, como de anuncio de detergente. 

Magnificentes conferencias, debates y charlas, en los que los patrocinadores regalan libretas de notas y sirven agua mineral en botellas de cristal: una para cada asistente. Es el escenario de numerosos actos convocados como si fueran a cambiar algo. Son marcos grandilocuentes para ideas pequeñas y personas rancias, en una Europa que se muere pero que sigue actuando como si no pasara nada. Y me imagino este escenario dentro de 10 años, decadente y lleno de lo que un día fue modernidad y clase, con micrófonos sucesivamente reparados, mesas de madera rayadas bajo grandes cúpulas y moquetas levantadas y sucias que llevan a un escenario imposible de llenar. 

Locales que gozan siendo confundidos con guiris festivaleros, y turistas que quieren ir de locales, escondiendo los mapas y evitando pedir la clave de la wifi en las cafeterías, aunque se mueran de ganas.

Un abuelo, hundido en el asiento del copiloto de un moderno coche biplaza, deja muerta la cabeza en el reposa-cabezas. Da la sensación de que su hija, que conduce, va a ponerle el chupete en cualquier momento a este extraño bebé que se siente tan ajeno a este mundo como debería sentirse cualquiera que llega a la vida. 

Una señora se para ante un anuncio de un plan de jubilaciones en las oficinas de un banco. En frente hay una tienda de "urban walking", con todo lo necesario para hacer lo que ya venías haciendo. No muy lejos de ahí, un amigo explica a otro que vivimos en una sociedad en que hay personas que pagan por abrazos. Justo en ese mismo momento, se debate sobre el realismo sucio y la nueva sinceridad americana, como mejor elección de lectura para un verano sinsentido, que no se sabe muy bien cuándo empezó y cuándo acabará.

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