8 sept 2015

BarceloNina #57. Italia, el mar y la foto

El verano que fui por primera vez a Italia, fui a Sicilia. No es que algún otoño, invierno o primavera hubiera estado en Italia, no. Quiero decir que era la primera vez que iba y era verano.

Ese verano fue el de 2015, el mismo en que cientos de miles de personas intentaron huir de conflictos en sus países y cruzar a Europa, no porque querían llegar a Europa, sino porque no tenían más remedio que huir de su país.

Yo estaba preocupada por mi devenir y cómo resultarían los meses siguientes, en medio de una incertidumbre profesional y personal. No voy a mentir y decir que me quedé sin verano consternada por la crisis migratoria, no. Como la mayoría, era consciente del problema pero no me paralizó. Yo estaba con mi familia pasando unos días de vacaciones y a la espera de lo que me deparara el futuro. Aunque mi carácter es más bien inquieto, pude relajarme pensando todo lo que dice la gente cuando te quiere relajar, como "lo que tenga que ser será", "hay cosas que no están en nuestra mano" o "ahora ya no depende de ti". Y por primera vez en mucho tiempo (o simplemente debería decir "por primera vez", aunque eso suene tajante) me lo creí y me dejé mecer unos días por el Mediterráneo.

Estar en el Mediterráneo o en el Pirineo nos hacía igual de responsables, no vayamos a juzgarnos unos más que a los otros por elegir un sitio de descanso 400 kilómetros más arriba o 400 kilómetros más abajo. Pero admito que la paradoja era enorme en mi caso porque, además, esa semana del verano de 2015 no me quedé en la isla de Sicilia concretamente, sino que fui a las islas Egadas (en el oeste siciliano) y vivimos y nos movimos en un velero. Exacto: nosotros navegábamos por placer embadurnándonos de protección solar y comiendo fruta fresca mientras otros, no lejos de ahí, morían ahogados huyendo de la pobreza y de la guerra.

Cuando ya esa semana me quedaba lejos, apareció una foto: la foto. El niño muerto en la arena. ¿Cuántos de nosotros hemos pisado la arena este verano? Nos hemos sentado sin que nos importara que se nos metiera entre el bañador y el cuerpo, dejando que nos arrastraran un poco la espuma de las olas y pareciéramos niños rebozándonos, divertidos, porque en verano nos permitimos estos juegos.
No estoy de acuerdo con lo que dijo Arturo Pérez-Reverte, de que nos molesta mirar este tipo de fotos. ¡Qué va! Vemos más fotos de este tipo que nunca. Y las comentamos: en la panadería, en el quiosco, tomando unas cañas con los amigos y, sobre todo, compartiendo artículos muy sufridos en las redes sociales. Pero todo eso es fugaz y banal, es una falsa preocupación. Soy más del polémico Carlos Boyero: curioso que nos impacte más un niño fallecido que la noticia del asesinato de cientos o miles de personas.

Las dudas sobre mi futuro se han ido disipando, o he asumido que los cambios están a la vuelta de la esquina y, mientras, es mucho mejor la calma. Pero reconozco que sigo sin saber en qué rumbo posicionarme respecto a la crisis migratoria: qué pensar, qué hacer. Creo que muchos estamos preocupados pero nos quedamos ahí, no hay una continuidad porque no sabemos cuál es nuestro papel.

Durante la semana de vacaciones que pasé en mar italiano, cuando el barco escoraba mucho y debíamos hacer contrapeso, sentía adrenalina tirando a miedo. Yo navegaba de vacaciones y creo que nunca lograré de verdad entender lo que es hacerlo por supervivencia, ponerme en su lugar, reducir mis pensamientos a un aforismo con enganche y sentido. Creo que no conseguiré dar con una una acción por mi parte que a la vez sea realista, plausible y útil. Sólo sé que, en este mar de dudas, no pude soportar escuchar la charla del colmado en la que se comentaba lo "horrible" que está el mundo y aquello de "pobre niño; se me parte el corazón"; salí impasible e hice una donación a Acnur por internet, aún sabiendo que el mar de dudas continuaría. Pero mejor así y que haya contradicciones, a que no haya absolutamente nada.

No hay comentarios: