15 may 2018

BarceloNina #67. El uso de la palabra sensual no es nada sensual

Disfruto dejándome llevar por los pensamientos que me sitúan con él en unas semanas. Me imagino tomando una cerveza en el porche de su casa al atardecer, y yo apoyando mi pie descalzo en su silla, con el pretexto de buscar un punto de apoyo más cómodo. Él me hace una broma sobre la cantidad de picaduras de mosquito en mi pie. Con la excusa, ya se está apoyando en mi empeine, pero la inocencia se acaba de diluir cuando arrastra la palma de su mano empeine arriba sin poder evitarlo, y la espinilla se convierte de pronto en el punto de inflexión entre la simpatía entre dos amigos y la excitación entre dos nuevos amantes. 

Damos un sorbo a nuestros respectivos vasos de cerveza local, como para tragarnos el pudor de la duda. Aquí no ha pasado nada todavía, pero ya ha pasado todo lo que tenía que pasar para que pase. Como si yo no quisiera darlo ya por hecho, biocoteo la escena y me levanto a por otra cerveza de su nevera, que será nuestra durante una semana. Es una familiaridad con fecha de caducidad, un jugueteo libre en el que nos dejamos llevar al completo sin pensar que el otro nos tomará por demasiado cualquier cosa. Vivimos en países distintos y cualquier tipo de futuro sería insostenible. La situación no nos obliga a nada y eso nos permite todo. En un descuido deliberado evito recoger mi champú de su ducha. Sé que le hará sonreír. Y a mí también pensarlo.

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