17 nov 2013

BarceloIndia #4. Capital pueblerina

Con mis dedos recorrí la ciudad y tuve la sensación de dar caricias a contrapelo, sin saber muy bien por qué. Me fui y, dos años y medio después, la he visitado como si la tocara por primera vez. En estos 30 meses desde mi última visita a Nueva Delhi, la capital ha cambiado. Quizás es porque esta vez venía de un pueblo en el sur de la India mayoritariamente rural y me he concentrado en captar los opuestos. Puede que sea por esto, pero lo cierto es que mis sentidos se han ido hacia los escotes. También hacia los anuncios de "Villas today, your legacy tomorrow" que prometen sentirse parte del boom inmobiliario. He advertido más restaurantes internacionales, más discotecas, más extranjeros, más aerolíneas de bajo coste, más indios por las calles consumiendo esta emancipación hecha de copas gratis y ladies night. Si la modernidad es estar en un café aislado escuchando música con tu tableta y con tu pareja haciendo lo mismo enfrente tuyo... definitivamente Delhi quiere ser moderna. Yo no puedo evitar pensar que en estos 30 meses muchos cambios se han limitado a reproducir las tonterías de países ricos, cuando observo en centros comerciales los berrinches de niños a los que los padres ceden dejándoles su móvil para jugar. He detectado ilusión, ínfulas de libertad y de progresismo, pero lástima que se reivindiquen solo llevando tejanos y camisetas y pidiendo cuatro chupitos de golpe. La transformación me ha sabido a revolución capitalista sin movimiento cultural. Pizzas y wifi, nada más.

Cuando se vive en un pueblo de la India y se va a la capital, se saborea la comida que se echaba de menos, la industria cultural, los amigos, el ocio, las compras... pero si permanentemente se tiene acceso a esto, toda la vida se concentra en el refugio consumista perecedero que es la ciudad para los que no viven en ella. Qué desgana al imaginarme una vida en Delhi. El comportamiento de los indios ricos es agotador, es una modestia que habla todo el día de dinero, un compromiso colectivo que siempre se expresa en primera persona del singular, una filosofía aparente de igualdad y respeto que no permite repreguntar ni intervenir. También me daría pereza la vida de los occidentales expatriados ("¿Tienes entrada para la fiesta de la embajada alemana?"; "¿Te han puesto en la lista del bar para el concierto de esta noche?"; "¿Vamos con tu conductor?"; "¿En qué hotel es la pool party este fin de semana?"). Cada día el mismo sarao en un sitio diferente. Siempre la misma gente (y lo que es peor, el mismo tipo de gente) que busca inhalar occidentalismo para airearse del agravio de vivir en la India, cuando en realidad muchos están casi todo el día en un circuito de empleado consular sin tener tiempo para el desgaste que supone la inmersión en otra cultura. Comen más jamón embasado y más ternera que en sus casas en España, y nunca antes habían bebido tanto vino tinto.

La fiebre consumista sube en esta ciudad en la que no siempre ha sido fácil el acceso a algunos servicios y productos. Ahora lo es, pero las ansias se mantienen, algo que hace que la situación sea una mamarrachada. Esto me hace entender el porqué de la ominosa actitud de la vida capitalina que se me antojaba incómoda entonces y... ahora incluso más.


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