29 jun 2013

BarceloNina #40. El principio del camino

Unas palabras sobre "la auténtica enseñanza del hombre" abren el discurso del tutor de los alumnos de segundo de Bachillerato en el acto de entrega de bandas. Al principio escucho atentamente con la esperanza de encontrar algo inspirador, pero siento lástima por los chavales que acaban hoy las clases y a los que solo regalan lugares comunes como "el final de la vida escolar, el principio del camino" y "etapa para formarse como profesionales y sobre todo como personas".
Me parece que es una desvergonzada alusión a la educación idílica, pues muchos de los profesores que hoy están sobre el escenario -afortunadamente, no todos- han practicado de septiembre a junio una docencia poco ejemplificadora. Son los profesores de la crisis, sin esperanza y cargados de realismo sucio que les impide transmitir ilusión a sus alumnos para que ellos sí encuentren su camino. Pero, ¿cómo juzgarlos?

El acto continúa. Padres engalanados repitiendo el conjunto de la comunión de un sobrino, parejas divorciadas que hacen un esfuerzo por llevarse bien -"hoy es su día"-, adolescentes a los que los padres de sus amigos piden que dejen de crecer, que al final no sabrán dónde meterlos de lo altos que se están poniendo; un chino que empezó el curso sin saber castellano ni catalán recoje su banda y su orla vestido con un traje blanco, en medio de un aplauso sonado por parte de los profesores; un chaval que antes tenía granos y ahora está "majote" -según comentan unas madres entre el público- se tropieza al subir al escenario, resquicios de su pasado como marginado de la clase; un recogido de peluquería desfavorece tremendamente a una chica que todavía tiene que encontrar su estilo y mientras tanto va embutida en un vestido de gasa fucsia; y juraría que el profesor novato se pone nervioso al dejar caer las bandas sobre los impuros hombros descubiertos de sus alumnas.

Después de la breve ceremonia, el cinismo se apodera de las conversaciones en los corrillos de amigos, familias y profesorado, en el patio del colegio. La crisis, la expatriación de los jóvenes, la inutilidad de los estudios, el refugio laboral de las dobles licenciaturas, las prejubilaciones, el paro.
Me aíslo en unos canapés de salmón y queso para evadirme de este colmo educativo al que nos empeñamos en buscar una finalidad, sin acierto. En la indecisión de comerme la tostada sobre un plato o directamente, un chaval me acerca una servilleta. Me confiesa que no tiene ni idea de qué hacer, mientras se pasa de una mano a otra la banda del bachiller. Me gustaría explicarle mi presentiemiento e ideal de que, dentro de unos años, se valorarán más los currículums personales que los académicos: Qué libros lees en tu tiempo libre, exposiciones que has visitado, dónde has viajado, qué haces los domingos, qué te gusta de tus amigos, a qué hora te despiertas y en qué crees que eres bueno. Pero su madre está cerca y me echa una mirada coaccionándome al silencio, supongo que para evitar que distorsione el camino que ella ha escrito para su niño como, por ejemplo, frustrado arquitecto que pasará toda su vida queriendo reinventarse.


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