14 abr 2013

Barcelonina #29. Profesionales


La universidad y su campus se originaron como un lugar en el que se ponían en común los diferentes saberes, y donde las disciplinas se interrelacionaban buscando la discusión y el progreso. Sin embargo, cada vez sabemos menos de más cosas y tendemos a una superespecialización que con suerte equivale a un solo quesito del Trivial. Es cierto que para algunas tareas se necesitan auténticos expertos pero -quitándonos importancia- muchas labores que llevamos a cabo en nuestras rutinas profesionales no tienen tanto de complicado. Todos podríamos ganar si supiéramos hacer más de todo y si escucháramos opinar más a personas que no tienen nada que ver con lo nuestro.

Por ello me encantaría que hubiera profesionales itinerantes que pudieran aprender de cada actividad y  a la vez aportales ideas. Si fuera una emprendedora, crearía un chiringuito que se dedicara a gestionar intercambios entre profesionales para que tabajaran en nuevos ámbitos, empresas, cooperativas, instituciones... durante un tiempo determinado. Así, buscaría que el diseñador de moda hiciera de actor, que el zapatero entrara en un departamento de recursos humanos para hacer selección de personal, que la dependienta del Zara diera una clase de BodyPump en el gimnasio y que el cajero hiciera de guía turístico...

Si el escritor sirviera copas ganaría naturalidad en sus historias de bares, si el ingeniero informático entrara en una cooperativa de vino, puede que se le ocurrieran ideas para modernizar las bodegas; si la esteticista hicira de psicóloga, ¡hay, cómo se reducirían las sesiones!; si el cantautor descargara palets, encontraría nuevos registros...

Cuando la señora de la limpieza pase a una tienda de telefonía a explicar por fin una tarifa de móvil sin que se nos haga bola en la boca como un trozo de bistec con nervios, los demás dependientes mandarán a tomar viento el curso de formación de empleados de la compañía.

Los discursos fluyen cuando nos apartamos de vicios y degeneraciones; solo tienen sentido cuando soltamos el boli, la máquina, el volante, la escoba o las facturas... y lo volvemos a coger como si fuera la primera vez.

Ésta sería la presentación sentimental, una normalización de la anarquía profesional. Pero -todo está pensado- también se tendría que justificar el proyecto ante directivos de empresas (encargados de aprobar estos intercambios profesionales), para los que crearía una presentación en iPad y la empacharía de modas léxicas como la emprendeduría, las lluvias de ideas, la I+D y la integración. Lo exhibiría en un Prezi con frases que creen expectativa como "Cuando el fotógrafo instale aires acondicionados", "Cuando el jardinero dé su consejo sobre diseño gráfico", "Cuando el periodista sea el picnhe en un cocina", "Cuando el químico haga de crítico gastronómico...", en plan tráiler de película, y concluiría con tópicos que les acabaran por decidir como "Pondremos en valor", "Crearemos sinergias", "Estableceremos complicidades", "Generaremos ideas".

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